Soy mujer, sufro pero me adapto
25 ago 2017
La tinta del machismo sigue tan profunda en la piel de las mujeres, incluso de mi generación, que me hierve la sangre cada vez que escucho a alguien decir que el feminismo es una moda y que somos todas unas 'feminazis' -cuando los nazis, entre otras cosas, exterminaron a millones de personas, en fin...-.
Hace unos meses escuché al elenco de la serie
Las chicas del cable que ellas "no son ni machistas ni feministas". Esto es como decir que no son ni de izquierdas ni de derechas. Ni frío ni calor. En otras palabras, les resbala el asunto y tratan de quedar bien a toda costa.
En ese momento no estaba yo con ganas de verbalizar mi rechazo hacia estas declaraciones, pero siempre terminan volviendo a mi mente -es lo que tiene que sean famosas y monísimas, que salen hasta en la sopa- . Así que este es un momento tan bueno como cualquier otro para hacerlo.
Señoras y señores,
hoy, como siempre, sigue siendo fundamental que las mujeres y los hombres sean feministas. Hoy, las mujeres seguimos siendo educadas para, entre otras cosas, cuidar del de al lado, para estar a las duras y a las maduras y, sobre todo, adaptarnos.
Ese es uno de los grandes males de nuestra sociedad.
Ayer charlaba con una amiga. Ambas nos dimos cuenta de que no hay ni una sola mujer en nuestro entorno que no haya estado en una
relación tóxica -para ser justas, creo que mencionamos a un par, pero son la excepción-.
Hablando de este tema nos dimos cuenta de que al final, igual que pasa en la famosa novela
50 Sombras de Grey, el cuento es el de siempre: mujer que acepta y asume lo que sea con tal de salvar y acompañar al hombre amado. Lo que sea. Que hay que dar pasta para vicios, se da, pobre, yo le iré ayudando a salir de eso. Que hay que acceder a un modelo de relación concreto, claro que sí, de eso se trata, de ser modernas -aunque aún no sepamos qué significa-... todo ello siempre acompañado de nuestro sufrimiento, pero no del del otro. Nosotras estamos hechas para sufrir y son ellos quienes tienen que ser protegidos -
y esto no es solo aplicable en relaciones de pareja, nos pasa con amigos, familia...-.
¿Pero qué pasa si nos viene de serie? O peor, ¿si nos viene de serie y ni lo sabemos?
Este tema es muy espinoso, porque estamos más perdidas que pulpos en garajes. Resulta que nos sale natural y nos pasa a todas, pero al final nosotras somos las responsables de que nos pase lo que sea. Ellos no, los otros no. Nunca. Aunque tengan actitudes abusivas, porque en el fondo,
somos lo suficientemente listas, independientes, libres y maduras para plantar cara a todo eso.
Creo que todas aprendemos de nuestras experiencias, mal que nos pese, pero sigue siendo nuestra labor. Y esto se extrapola a tantas cosas en el día a día que asusta. Como, sin ir más lejos, los malos tratos. Seguimos dejando en manos de la mujer toda la responsabilidad. Pero no es un tema en el que quiera entrar, al menos no hoy.
Lo peor, y creo que es el punto central de la cuestión, es que muchas veces
no sabemos ni qué es lo que queremos, y nos dejamos llevar por lo que nuestros entornos opinan, para proteger a todo el mundo, para cuidar todo a nuestro alrededor. A menudo nos enfrentamos a deseos que se contraponen, no entendemos nada y nos aterra tomar decisiones. ¿Acaso es malo que me apetezca estar con mi pareja siempre que pueda? O, al contrario, ¿que quiera tener mi tiempo para mí? ¿Es malo que no quiera pasar mis fines de semana en familia? O, al contrario, ¿no soy moderna y libre si mi familia lo es todo? ¿Soy una anticuada si no me acuesto con él esta noche? ¿Qué pensará de mí si le propongo que venga a casa en la primera cita?
Da igual, si sufrimos, que lo hacemos, siempre es cosa nuestra. Hagamos lo que hagamos,
siempre podríamos haberlo hecho de otra forma. Pero esto, queridas y queridos, es algo que solo -o casi- nos pasa a las mujeres.
Creo que esta realidad debe tenerse en cuenta. Hombres y mujeres. Todos y todas. Sin un compromiso de todas las partes, es imposible cambiar nada. Yo asumo mis taras en este sentido, me miro y cada día me conozco más, pero sin la aceptación y el apoyo de los demás no conseguiré dejarlas de lado.
Tú tampoco.
Día de la mujer, porque sí que hace falta
08 mar 2017
Hoy, 8 de marzo, es el día de la mujer, o el día de la mujer trabajadora, me da igual, el caso es que es el día en que todo el mundo se detiene un segundo a valorar cómo está el asunto en tema de igualdad. Es el día en que se hace recuento de las asesinadas por violencia machista, de cuán elevada es la brecha salarial, de cuánta publicidad promueve el ideal de belleza más absurdo. Hoy es el día.
Por eso hoy también tengo que escribir. Escribo porque estoy cansada de tener que defender, tanto ante hombres como mujeres, que nuestra sociedad es machista. Nosotras y ellos.
Ellos lo son siempre, nosotras casi siempre.
Un hombre nace y crece sabiendo que puede comprar el cuerpo de una mujer, que puede llegar donde quiera en su trabajo, que alguna mujer le dará atenciones o mimos, que su opinión va a ser valorada y, sobre todo, que su libido, sus infidelidades, sus 'a esa también me la follé' son todas innatas y símbolo de una buena salud como macho.
Por el otro lado, las mujeres crecemos aprendiendo a limpiar la casa, a empatizar y proteger a quién nos crucemos, a cuidar bebés, a cocinar con las cuatro cosas que hay en la nevera. Aprendemos que nada es suficiente, que siempre tenemos que trabajar más que cualquiera para tener un mínimo reconocimiento, que no podemos ser 'muy frescas' porque ningún hombre nos va a tomar en serio para formar una familia, que ningún momento es bueno para tener hijos, porque nos va a bloquear nuestro desarrollo profesional. Nos hacemos mayores enfrentándonos cara a cara con el suplicio de las tallas absurdas de las marcas de moda, depilándonos incesantemente porque 'qué asco da una mujer con pelos en las axilas', ocultando nuestras batallas internas relacionadas con unos cambios hormonales que no podemos controlar, sabiendo que con falda corta y tacón alto todo va a ser más fácil, y mucho más si sonreímos ante cualquier piropo por denigrante u obsceno que sea.
Lo peor de todo es que crecemos viéndolos a ellos como superiores y a ellas como rivales. Somos implacables las unas con las otras, somos nuestras peores críticas y nos despedazamos sin pestañear. Esta sociedad, en la que el pene es el centro de todo, ha conseguido que no nos unamos para empoderarnos, sino que nos ha enseñado a alejarnos unas de otras, y ese es nuestro mayor problema, que somos incapaces de cuidar de nosotras. Somos las primeras que ponemos en tela de juicio las acciones o las decisiones de otras mujeres.
Por eso hoy, 8 de marzo, yo felicito a todas las mujeres que viven encerradas en una jaula sin saberlo, a aquellas que saben que están y quieren salir y, sobre todo, a esas que antes de salir ellas se empeñan en ayudar a otras a que lo hagan.
Feliz día de la mujer.
Cuba ya no es lo que cuentan
24 ene 2017
Todo aquel que ha viajado a Cuba sonríe sistemáticamente antes de comenzar a hablar. "Te va a encantar, son súper atentos y cálidos", empiezan, "igual intentan que les regales algo como geles o bolígrafos", continúan, "pero tienen sus necesidades básicas cubiertas", terminan. Pues lo dicho, Cuba ya no es lo que cuentan.
Acabo de regresar de un viaje que hacía mucho tiempo tenía ganas de hacer, visitar la isla de Cuba, el último reducto del 'comunismo' que queda en el mundo, un lugar tan romántico -del romanticismo, no de amor, que nos liamos- como exótico, y tengo dos sentimientos enfrentados:
1. Ha sido una aventura genial
2. No es lo que me habían contado
Ha sido genial porque ha sido distinto y, sobre todo, complicado. No queríamos un viaje organizado, el típico paquete, vaya. Así que, en ese sentido, puedo decir que ha sido toda una aventura.
Abandonar el confort de los guías de viajes, los chóferes y los hoteles occidentales es fácil a priori y muy complicado en la práctica. Puede hacerse, pero en este caso, a golpe de talonario o rebozándote en el fango -cosa que no puedes hacer viajando con maleta-. Y aquí llega mi segundo pensamiento.
Ideamos un viaje que dejara espacio a la improvisación, jugando la baza de la naturaleza del cubano -acogedor, cálido...- para conocer una Cuba más real, sin todas las comodidades de los tradicionales paquetes vacacionales y así ha sido, pero no para bien, sino para volver con un sabor agridulce.
Antes de seguir quiero resaltar que sí hemos conocido bellísimas personas, que nos han animado cuando más falta nos hacía, que nos han ofrecido su sonrisa si esperar nada a cambio. Pero puedo contarlos con los dedos de una mano.
La Habana es un campo de batalla en el que los buenos lugareños, en la mayoría de los casos con empleos que les aportan entre 30 y 40 euros al mes, despliegan todos sus encantos para sacar tajada del despiste y la buena fe de los turistas.
Eso no dista de lo que nos contaban, el problema surge cuando esa tajada es prohibitiva; cuando la única opción para llegar a la ciudad desde el aeropuerto es pagando 30 euros o discutir durante media hora con una docena de taxistas; cuando una cerveza de lata para tomar en la calle cuesta 2 euros; cuando una noche de hotel regulero -al final tuvimos que ir a uno- no baja de los 100 euros.
En honor a la verdad, sobre todo en el tema del alojamiento, he de decir que era temporada alta, ¿pero cuándo no es fiesta? Tendría que ir en otro momento para comprobar esto...
Pero sigo, la gracia de comprar puros de mentira perdiendo unos eurillos es historia, ahora te piden sin vergüenza alguna 80 euros por 20 unidades. El "invítame a un mojito" no baja de los 5 euros por cabeza.
Y así todo.
La circulación de dos monedas, la suya, más barata, para proteger su economía local, junto a una con un precio similar al dolar, ideada en un principio para los turistas es un problema, sobre todo para ellos. Su afán por poder comprar un billete de avión -que ahora sí pueden- es tal que ya no se conforman con menos. Pero ese ansia por vivir otras realidades ha destrozado la suya.
Antes no podían utilizar la moneda de los extranjeros, lo cual les impulsaba a pedirte lo que buenamente pudieras ofrecerles. No digo que fuera lo bueno, era otra cosa. El tema es que ahora, cualquier cubano con un coche puede ganar más dinero en un mes que un periodista español de menos en la treintena con mucha suerte.
He de decir que, al encontrarnos con esta nueva realidad, hemos sacado a relucir nuestras armas de buscavidas y ha sido esta una de las razones por las que me refiero a este viaje como una aventura. Movernos en los autobuses Viazul -que no son oficialmente para turistas, pero que sí lo son, el viaje más barato cuesta unos 10 euros- y ver cómo el chófer para en medio de la autovía a comprar alfombrillas; comprobar que los horarios se cumplen, sorprendentemente, porque tienen en cuenta 'el ritmo cubano'; caminar y caminar por La Habana para descubrir cada rincón y dejarnos llevar por algún que otro gesto de un amigo que acabamos de conocer. Esto también ha sido Cuba.
En resumidas cuentas, no sé hacia dónde irá todo esto, si es que va para algún lado, pero lo cierto es que recordaremos este viaje durante toda la vida, para bien y para mal. Y para ser sinceros, aunque ya no es lo que 'nos habían contado', es un país muy especial que merece una visita.
Ni hombres ni mujeres, personas
09 feb 2016
El pasado domingo
volvió Jordi Ébole con Salvados y nadie de los que vieron el programa quedó indiferente. Yo he de confesar que no lo vi entero, pero me uní en un momento clave, ese en el que una valiente víctima de malos tratos habla con chicos y chicas en un instituto sobre género. Es terrorífico.
Primero, los prototipos de hombre y mujer ideal físicamente, iguales en las cabezas de todos, como si de ideas inyectadas en vena se trataran. Ellos, más altos que sus parejas -mujeres-, fuertes, con tableta de chocolate y los ojos verdes, cariñosos y decididos. Ellas, rubias, con tetas enormes, una cintura más propia de una Barbie -de las de toda la vida, claro- , simpáticas y pacientes. Pacientes. ¿Pacientes?
Segundo, la vivencia de la víctima, que cuenta su horror, pero es consciente de su propia postura ante su agresor y, lo que es peor, la de la gente que les rodea. Ella se escudaba en la idea de que él iba a cambiar, que estar junto a ella le iba a hacer mejor persona. Los demás no veían en él comportamientos preocupantes, porque prohibir a su novia llevar tacones que la eleven por encima de él es algo absolutamente normal...
Nosotras pacientes, guapas, sonrientes. Ellos fuertes, decididos, aventureros.
Basta.
Es siempre igual y lo peor es que hasta quienes creemos que estamos por encima de eso NO lo estamos. Hasta en las parejas mejor avenidas se repiten los mismos roles. Es muy difícil ver cosas distintas y eso, desde mi punto de vista -ya no hablo de violencia de género, porque eso es un tema mucho más dramático, ya que nadie tiene derecho a dañar a otra persona- se sustenta, casi siempre, en un consentimiento inconsciente por los dos lados. Por el de ellas -nosotras- que nos empeñamos en ser princesas desvalidas para nuestras parejas, y ellos porque tienen que cumplir a rajatabla el rol de caballero andante de reluciente armadura. ¿Por qué él tiene que ser bueno arreglando el grifo de la cocina y yo planchando? Ninguna, cuando empezamos en una relación, admitimos esto, pero lo cierto es que por algún motivo -la inercia social de roles- pasa que de repente él es el manitas, el que mejor conduce, el que no deja de trabajar si hay hijos y el que, por supuesto, siempre tiene ganas de sexo. Tú, yo, mujer, nos convertimos en unas amas de casa estupendas, que solo piensan en criar niños y en quejarse porque "con lo cansada que estoy como para tener ganas de juerga al acostarme".
Yo me niego. No quiero repetir esos roles. Quiero seguir siendo lo que he sido estando sola aunque vaya acompañada. Porque una cosa no excluye a la otra. Quiero reafirmarme como persona, sin género, sin comportamientos preestablecidos.
Creo que es hora de que todos y todas seamos conscientes de que aún existen diferencias de género en nuestros subconscientes y, precisamente eso, es el origen de muchos problemas, porque nos empeñamos en creer que ya está todo superado y no es cierto. Hombres y mujeres somos iguales sobre el papel, sí; quizás cada vez lo seamos más en el terreno profesional, vale. Pero no lo somos en el día a día. No lo somos cuando esperamos una reacción distinta de un hombre o de una mujer sobre un mismo asunto. No lo somos cuando asentimos con la cabeza al decir que una mujer está más guapa depilada. No lo somos cuando un hombre que no trabaja y cuida la casa es un calzonazos.
Hemos de trabajar mucho cada uno de nosotros para detectar esas 'taras' que tenemos de serie, por haber nacido con vagina o con pene, para empezar a cambiar la sociedad que nos rodea. Después ya vendrá todo lo demás.
Psicoanálisis de mí misma
23 oct 2015
Hace semanas que peleo con las ideas preconcebidas de mí sobre mí misma. Sí, lucho con y contra mi yo real, el de verdad, la esencia ha encontrado un hueco para salir de lo más profundo del baúl, después de años y años echando basura encima, poniendo capas y capas de trastos viejos pero que me he negado a tirar y sin embargo, tampoco había vuelto a destapar.
Ha llegado ese momento y no está siendo nada fácil.
La pregunta fundamental, esa a la que he llegado tras horas de reflexiones, es la siguiente: "¿Quién soy en realidad?" O dicho de otra forma, "¿soy lo que soy o lo que creo que debo ser?"
Vivimos en un mundo en el que la mujer -hablo de lo que conozco, lo siento por el resto- tiene que ser un todo. Tiene que ser la mejor profesional, la mejor amante, madre, hermana, pareja, tía, amiga, colega... Y todo eso lo tiene que hacer bien y, entre tanto, cuidar su cuerpo, cultivar su mente y seguir las últimas series del momento. Eso, claro, si eres una mujer libre, independiente, moderna y autosuficiente.
Yo soy todo eso. ¿Lo soy o trato de serlo? ¿Trato de serlo porque quiero serlo o porque creo que es lo que debo ser?
Llevo años formándome, viajando, trabajando, conduciendo, conociendo gente, leyendo, viendo películas, haciendo punto, cocinando, yendo al gimnasio y así una lista innumerable de cosas que he convertido en hábitos de los que es muy difícil deshacerse.
Muchas de las cosas que he hecho ha sido porque he querido, he sido libre para elegir no hacerlas y las he hecho. No me arrepiento, ¿pero que haya hecho algo me convierte en ello? ¿Que haya disfrutado de viajar sola me convierte en una viajera solitaria? No lo creo.
Cuando leo mi diario de cuando tenía 15 años me doy cuenta de que he llegado a donde quería llegar. Bueno, menos a lo de trabajar como periodista. Pero, por ejemplo, ahora que no trabajo en un medio me siento más realizada que nunca. ¿Es eso malo? ¿Me he conformado? No quiero pensar eso, quiero creer que no deseaba tanto ser periodista y no pasa nada. No tiene nada de malo. No me convierte en peor persona ni, mucho menos, peor mujer.
Llevo años proyectando una yo que no es 100% real. Lo es en parte. Me chifla viajar, pero no quiero vivir en otro sitio, al menos no si no es por obligación. Me gusta mucho leer, pero me chiflan las novelas facilonas -sí, qué pasa, yo me leo los premios Planeta-. Me gusta el cine, pero las pelis 'culturetas' me suelen dejar mal cuerpo.
Soy parte de lo que he sido y he ido desarrollando con los años. Pero no sólo soy eso. También soy egoista, soy indecisa, soy poco juerguista y, entre otras cosas, soy dependiente. Dependo de mi familia, aunque ellos a veces no lo crean, dependo de mis amigos, aunque me haga la superwoman, dependo de mi pareja, sí, lo tengo en cuenta en mi día a día.
Nada de esto me convierte en menos mujer. Simplemente me hace más compleja. Soy libre, libre para elegir, por tanto ¿no es ya hora de que empiece a elegir lo que mi yo más profundo quiere? Ya soy lo que creía que tenía que ser, ahora tengo que ser yo misma.
Alegato en defensa de la filosofía
24 sept 2015
Como si de una reunión de Alcohólicos Anónimos se tratara, me presento: "Hola, soy Isabel y soy de letras". Sí, lo reconozco, soy una adicta a entender los comportamientos humanos, a analizar el porqué de determinadas reacciones sociales, a ir más allá. Pero me temo que, además, ya es tarde para mí, ya no hay marcha atrás en mi camino hacia el descubrimiento de lo más profundo del ser humano.
Acabamos de ser testigos de la
supresión de Filosofía de 2º de Bachillerato como asignatura obligatoria en los institutos españoles. "No sirve para nada, no tiene salidas", dicen. ¡Pobres ignorantes! -quienes lo afirman, porque se lo han creído, y los estudiantes que carezcan de ella en el futuro-.
Esa concepción de estudiar algo para ganar dinero es algo nuevo, creado por un sistema capitalista en el que el hombre nace para consumir no para vivir. Sin embargo, esa idea está ya tan extendida que da miedo. Da miedo porque empieza a dar fruto.
La idea de que algo que "no tiene salidas" -productivas en términos económicos- es menos válido es terrible. La educación, la cultura, el saber son una cosa, el trabajo es otra. ¿Acaso la historia tiene "salidas"? No, o al menos no las que un padre querría para su hijo, porque lo que se dice ganar dinero como historiador... Entonces, ¿cuántos años le quedan como asignatura obligatoria en nuestras escuelas? Pero, si no estudiamos historia, si no nos cuentan lo que han hecho nuestros antecesores en el mundo, ¿cómo podremos no repetir sus errores?
Con la filosofía pasa exactamente lo mismo. Si no estudiamos cómo ha ido evolucionando nuestro pensamiento hasta hoy, ¿cómo vamos si quiera a entender nada de lo que nos rodea? Si no entendemos la evolución filosófica del hombre jamás podremos entender que la sociedad se conforma de ideas arraigadas generación tras generación y que en la mayoría de los casos son así porque un poder -el que sea- lo ha querido así.
La ciencia dice, entre otras muchas cosas, que el hombre viene del simio. De acuerdo. ¿Qué cambió en los cerebros de esos primeros homínidos para separar por completo su línea evolutiva de la de los primates? El pensamiento. Genial. Y ahora vamos a eliminarlo. Vamos a borrar de nuestra educación lo que nos hace seres humanos.
Yo estudié letras, a pesar de que todo el mundo me dijera que iba a tirar mi vida a la basura. Ya entonces fui consciente de que el mensaje no era tanto "estudia lo que te haga feliz" sino "estudia lo que te de dinero". Por suerte, decidí seguir mi instinto. Mi amor por las ciencias sociales y las letras era mayor que el miedo a no tener una vida llena de lujos.
Sé que con 15, 16, 17 años estudiar filosofía puede resultar tedioso. En esas edades, filosofar no es algo que suela apetecer. Sin embargo, años después, con el tiempo y las experiencias vitales, esa base cultural se convierte en pilar fundamental para entender lo que nos va sucediendo y no volvernos locos -o volvernos locos por ser conscientes de que no somos dueños de nuestros actos, sino que somos borregos dentro de un grupo humano concreto-.
La filosofía ha sido la última asignatura que ha caído -se mantiene como optativa, es decir, que sólo la elegirán unos pocos-. Aún se mantienen algunas, lo que yo ya no sé es hasta cuándo. Así que cada vez serán menos los que desarrollen su capacidad de pensar y, por tanto, cada vez serán menos los que sean humanos.
Llorar de nuevo
04 may 2015
Hace unas horas regresé de los campamentos de refugiados saharauis y tengo miedo de salir a la calle. Tengo miedo de volver a perder las palabras, a sentir una fuerte presión en el pecho, a darme cuenta de lo injusto que es el mundo. En definitiva, tengo miedo de volver a llorar.
Todo comenzó en 2008, cuando por algún motivo que ya no recuerdo descubrí que había refugiados que vivían en la hamada, la parte más inhóspita del desierto argelino y que España era responsable de ello en parte. Ese año mi interés por este caso aumentó hasta el punto de que me animé a viajar allí, necesitaba conocer a esas personas a las que mi país parecía haber olvidado.
Ese viaje me cambió la vida.
Después de algo más de una semana, cuando regresé no era capaz de expresar con palabras todo lo que había vivido. No podía encontrar calificativos para describir la hospitalidad de esa gente. De repente sólo podía llorar, de pena, de alegría, pero lo único que mi cuerpo me permitía era eso, llorar.
Han pasado los años y mi vinculación con el pueblo saharaui ha aumentado. Ya no son desconocidos, sino que forman parte de esa lista de contactos a los que te apetece escribir para felicitar el año nuevo. Son esas personas que aparecen por tu mente, aunque sea un segundo, y te hacen esbozar una sonrisa.
Hace unas semanas, un grandísimo amigo me propuso para acompañarle y ayudar con la comunicación del Festival Internacional de Cine y Derechos Humanos
FiSahara. Ni lo pensé. Sólo pude gritar un sí tan fuerte que la gente que cruzaba el paso de cebra a la vez que yo no paraba de mirarme.
Volamos a Tinduf el 28 de abril. Ese mismo martes nos trasladamos con los casi 200 visitantes hasta Dajla, casi en la frontera de Argelia con Mauritania. Nos ubicamos con la increíble familia de Maimaja, dormimos unas pocas horas y nos pusimos a manos a la obra.
Han sido cinco días de locos en los que han surgido todo tipo de problemas logísticos, como no podía ser de otra manera -he de recordar que estábamos trabajando en un campamento de refugiados-. Sin embargo, y esa es la magia del pueblo saharaui, es que gracias a su ritmo pausado, por no decir inexistente, consiguen soluciones. Gracias a los
saharauis que estaban allí para ayudarnos -aunque ahora ya podría decir que nosotros hemos sido quienes hemos echado una mano, porque sin ellos habría sido imposible-, hemos vivido un festival de cine y mucho más en pleno desierto del Sáhara.
Este viaje no ha sido como aquel de hace siete años. Esta vez ya sabía lo que había, he ido con ganas de trabajar y con ilusión por volver a convivir con nuestros hermanos saharauis. Quizás he echado en falta tener un poco más de tiempo para estar con ellos, tomar té, charlar sobre la vida y esas cosas que se hacen cuando el calor no te deja salir de la jaima y no tienes nada más que hacer, porque, no os olvidéis, ellos viven en un campamento de refugiados.
Sin embargo, el domingo, después de un viaje agotador para ver el muro que Marruecos construyó para alejar a los saharauis de su mar y antes de volver al aeropuerto, tuvimos unas horas 'libres' en las que volví a vivir ese Sáhara que ya conocía, pero que viviendo en occidente a veces cuesta recordar.
En esas horas volví a aislarme de todo y de todos. Volví a filosofar sobre el mundo, a criticar el orden establecido, a recordar buenos momentos, olvidar el whatsapp, las duchas y Facebook y a maravillarme por la capacidad de esas personas para ser felices.
Ayer volví a sentirme otra vez una completa idiota y hoy me da miedo salir a la calle, ver lo que somos por aquí y llorar de nuevo.